jueves, 29 de noviembre de 2018

Capitulo 4: Continuar.

Capitulo 4: Continuar.

Despertar tras haber bebido no es nada grato, menos aún cuando el por qué de cada gota del mismo iba consagrada a un nombre que nunca más volverás a ver. Se necesitan agallas, se necesita mucha valentía y fuerzas para continuar. No es fácil, no es nada fácil ni grato el hecho de pensar en personas que ayer amabas y hoy son solo meros recuerdos que provocan lágrimas, dolor y un pesar que no sabes cómo paliar. Ya no habrán más visitas a casa, no hay una madre a la que saludar ni hermanos con los que contando tus historias o jugando a los soldados pasar una tarde. Estás tú solo. No hay almas que comprendan tu pasado o tus memorias. Se acabó el pensar en una casa, en un hogar. Desenvolverte en un contexto que aumentará las injusticias con atrocidades de las que yo he sido testigo y ejecutor. Tengo negado el derecho de sentir dolor tras todo lo que he causado, debo tener vetado llorar y llevar esta pena. No si continúo con esto. ¿Buscar justicia? Qué ironía que un protagonista de un cadalso se pueda permitir buscar culpables. ¿Entonces qué es lo justo? ¿Es esto lo que me tenía que pasar? No es mi culpa, yo no quería estar ahí, pero mis manos aún sin haber apretado ningún gatillo están manchadas de sangre. ¿Soy culpable de su muerte? ¿Soy la razón poética que desembocó en esto? No hay respuestas. Solo llanto, pensar y hundirme más buscando una explicación metafísica que ayude a aliviar este pensamiento.

Tengo que volver a comprometerme conmigo mismo a buscar, a explicarme todo esto y más. Mi culpabilidad pasiva que alimenta esta situación, el dolor de mi familia, mi bien ganada soledad...
Salgo de mi nuevo cuarto e intento volver a este mundo.

- ¡Heinz! - exclamó mi hermana - No quiero volver a beber jamás eso, nunca me había sentido tan mal. Creo que no me quedan tripas tras haberlas exprimido tanto esta noche.

- Tienes un estómago de acero si no tienes malestar alguno... - añadió Jean.

- No creais que no soy humano. Anne, tengo bastante dolor de cabeza...

- Y unos ojos que han dormido poco por seguir pensando en todo esto.

- No paro de buscar respuestas a esta situación tan extraña.

- No las hay, Heinz, no tiene sentido nada. Solo intentamos sobrevivir y no ser los siguientes - afirmó Jean.

Sobrevivir, una palabra que tiene un objeto tan básico y tan preciado hoy.

- Las vidas no valen nada. Muchos pelean, otros lloran, nosotros no nos queremos ver envueltos en nada de esto, pero es imposible escapar. Esconderse no es fácil y menos si no estás solo. Tienes que seguir, Heinz. - Continuó mi cuñado.

- Necesito salir a fumar o dar una vuelta por aquí, chicos...

- Dúchate y coge algo de mi armario, nadie quiere ver un uniforme y por tu seguridad no debes demostrar de dónde vienes. Además no aparentes estar sano, nadie se creería que un chico de tu edad pueda vivir apaciblemente por aquí sin haber pasado por las filas de la Wehrmacht.

Razones no faltaron para creerle cuando me vi salir de su casa en dirección al pueblo cercano. Cada mirada que me pasaba era un análisis médico que se me hacía. Buscaban un hueso roto, una cojera, algo que delatase un por qué de mi presencia entre ellos. No hay jóvenes, no al menos en la calle. Mi coartada en forma de cabestrillo era mirada con recelo, no parecía lo suficientemente maltrecho para obtener una aprobación, pero suficiente para no causar odio. En el centro de la localidad conseguí divisar una taberna. No parecía acogedora ni apetecible, pero pensé que el ruido y un café pudieran ayudar a abstraerme.

Me acerqué a la barra, pedí un sucedáneo de café y junto con un periódico que encontré. Me senté en una mesa que estaba cercana a las ventanas, porque de haber seguido entrando no conseguiría leer por la penumbra que habitaba. Abrí el diario y me sumergí en la propaganda estatal que nos intenta mantener el espíritu alemán en alto, un intento de elevar la moral común mediante un lavado de cerebro. Obviamente no le estaba prestando atención a estas letras impresas, escuchar las conversaciones vecinas me distraía más. Sin apartar los ojos del diario que no leía me sumergía en esos diálogos, afinando el oído cada vez más para oír dilemas ajenos que me ayudasen a olvidar los míos, conversaciones banales, sin un objeto u otras que buscaban un desahogo buscando la comprensión del interlocutor. Alejarse de los horrores y la escasez, muertes, pobreza, miseria, dolores, llantos...

- Debe ser divertido para un desconocido escuchar las vivencias de los pobladores locales. - escuché a una voz femenina dirigirse hacia mí.

Sin haberme dado cuenta había estado con los ojos cerrados buscando un orden en esas conversaciones. Así que tras oírla los abrí y me dirigí a ella.

- Seguro que tiene que ser más el ver a ese desconocido mirando un diario con los ojos cerrados.
Esbozó una sonrisa. Unos labios sin pintar, y un vestido que buscaba la elegancia en el corte pero que se delataba en la tela, fue lo primero que vi. Ojos claros, pelo rubio algo arreglado y unas facciones que dejan ver delgadez.

- Disculpe mi descortesía, ¿Le importaría que me siente aquí? No me gusta leer a oscuras y esta mesa no suele estar ocupada.

Tras ello puso y abrió encima de la mesa un libro que traía consigo.

- Pero puede continuar espiando a nuestros vecinos, no creo que vaya a encontrar nada de valor en las conversaciones cotidianas que le rodean.

- Si lo que uno busca es la abstracción y desligarse de su realidad les coge cierto aprecio.

- Debe ser duro el frente - dijo mirando mi supuesta lesión mientras sacaba un cigarrillo.

Suspiré, sacando un poco de tabaco que me restaba. Y mirando a sus ojos le respondí.

- Un brazo maltrecho no le hace una imagen cercana de lo duro que puede llegar a ser.

Al sacar mis cerillas y ver lo complicado que se hacía el encender un cigarrillo con un brazo menos, me ofreció su encendedor.

- Erika.

- Heinz, encantado. Y gracias por el fuego.

- Hay que ayudar a nuestros soldados, ¿No?

Ahora me hizo sonreír ella a mí.

- No le he visto por estos lugares anteriormente, ni por el ayuntamiento, ni la cafetería ¿Se encuentra de paso?

- Algo así, venía a visitar a un familiar aprovechando un pequeño permiso. - sentencié - ¿Usted reside aquí? - pregunté en busca de continuar con esta conversación.

- Trabajo, soy secretaria en las oficinas del ayuntamiento. Múnich es mi lugar de origen.

- Conozco bien esa ciudad, estudié ahí algunos años.

Tras ello comenzó una larga conversación sobre la ciudad, lugares, estudios y otras anécdotas particulares. Por lo que me comentaba parecía tener cerca de 20 años, ha recorrido varias localidades cercanas gracias a su mecanografía. Un intercambio de palabras que aunque a ojos ajenos parecerían un diálogo entre dos amigos que llevan tiempo sin verse, pero que entre ambos sabíamos que buscábamos lo mismo, no pensar en lo que nos rodea y continuar luchando a nuestra manera.