Despertar tras haber bebido no es nada grato, menos aún
cuando el por qué de cada gota del mismo iba consagrada a un nombre que nunca
más volverás a ver. Se necesitan agallas, se necesita mucha valentía y fuerzas
para continuar. No es fácil, no es nada fácil ni grato el hecho de pensar en
personas que ayer amabas y hoy son solo meros recuerdos que provocan lágrimas,
dolor y un pesar que no sabes cómo paliar. Ya no habrán más visitas a casa, no
hay una madre a la que saludar ni hermanos con los que contando tus historias o
jugando a los soldados pasar una tarde. Estás tú solo. No hay almas que
comprendan tu pasado o tus memorias. Se acabó el pensar en una casa, en un
hogar. Desenvolverte en un contexto que aumentará las injusticias con
atrocidades de las que yo he sido testigo y ejecutor. Tengo negado el derecho
de sentir dolor tras todo lo que he causado, debo tener vetado llorar y llevar
esta pena. No si continúo con esto. ¿Buscar justicia? Qué ironía que un
protagonista de un cadalso se pueda permitir buscar culpables. ¿Entonces qué es
lo justo? ¿Es esto lo que me tenía que pasar? No es mi culpa, yo no quería
estar ahí, pero mis manos aún sin haber apretado ningún gatillo están manchadas
de sangre. ¿Soy culpable de su muerte? ¿Soy la razón poética que desembocó en
esto? No hay respuestas. Solo llanto, pensar y hundirme más buscando una
explicación metafísica que ayude a aliviar este pensamiento.
Tengo que volver a comprometerme conmigo mismo a buscar, a
explicarme todo esto y más. Mi culpabilidad pasiva que alimenta esta situación,
el dolor de mi familia, mi bien ganada soledad...
Salgo de mi nuevo cuarto e intento volver a este mundo.
- ¡Heinz! - exclamó mi hermana - No quiero volver a beber
jamás eso, nunca me había sentido tan mal. Creo que no me quedan tripas tras
haberlas exprimido tanto esta noche.
- Tienes un estómago de acero si no tienes malestar
alguno... - añadió Jean.
- No creais que no soy humano. Anne, tengo bastante dolor de
cabeza...
- Y unos ojos que han dormido poco por seguir pensando en
todo esto.
- No paro de buscar respuestas a esta situación tan extraña.
- No las hay, Heinz, no tiene sentido nada. Solo intentamos
sobrevivir y no ser los siguientes - afirmó Jean.
Sobrevivir, una palabra que tiene un objeto tan básico y tan
preciado hoy.
- Las vidas no valen nada. Muchos pelean, otros lloran,
nosotros no nos queremos ver envueltos en nada de esto, pero es imposible
escapar. Esconderse no es fácil y menos si no estás solo. Tienes que seguir,
Heinz. - Continuó mi cuñado.
- Necesito salir a fumar o dar una vuelta por aquí, chicos...
- Dúchate y coge algo de mi armario, nadie quiere ver un
uniforme y por tu seguridad no debes demostrar de dónde vienes. Además no
aparentes estar sano, nadie se creería que un chico de tu edad pueda vivir
apaciblemente por aquí sin haber pasado por las filas de la Wehrmacht.
Razones no faltaron para creerle cuando me vi salir de su
casa en dirección al pueblo cercano. Cada mirada que me pasaba era un análisis
médico que se me hacía. Buscaban un hueso roto, una cojera, algo que delatase
un por qué de mi presencia entre ellos. No hay jóvenes, no al menos en la
calle. Mi coartada en forma de cabestrillo era mirada con recelo, no parecía lo
suficientemente maltrecho para obtener una aprobación, pero suficiente para no
causar odio. En el centro de la localidad conseguí divisar una taberna. No
parecía acogedora ni apetecible, pero pensé que el ruido y un café pudieran
ayudar a abstraerme.
Me acerqué a la barra, pedí un sucedáneo de café y junto con
un periódico que encontré. Me senté en una mesa que estaba cercana a las
ventanas, porque de haber seguido entrando no conseguiría leer por la penumbra
que habitaba. Abrí el diario y me sumergí en la propaganda estatal que nos
intenta mantener el espíritu alemán en alto, un intento de elevar la moral
común mediante un lavado de cerebro. Obviamente no le estaba prestando atención
a estas letras impresas, escuchar las conversaciones vecinas me distraía más. Sin
apartar los ojos del diario que no leía me sumergía en esos diálogos, afinando
el oído cada vez más para oír dilemas ajenos que me ayudasen a olvidar los
míos, conversaciones banales, sin un objeto u otras que buscaban un desahogo
buscando la comprensión del interlocutor. Alejarse de los horrores y la escasez,
muertes, pobreza, miseria, dolores, llantos...
- Debe ser divertido para un desconocido escuchar las
vivencias de los pobladores locales. - escuché a una voz femenina dirigirse
hacia mí.
Sin haberme dado cuenta había estado con los ojos cerrados
buscando un orden en esas conversaciones. Así que tras oírla los abrí y me
dirigí a ella.
- Seguro que tiene que ser más el ver a ese desconocido
mirando un diario con los ojos cerrados.
Esbozó una sonrisa. Unos labios sin pintar, y un vestido que
buscaba la elegancia en el corte pero que se delataba en la tela, fue lo
primero que vi. Ojos claros, pelo rubio algo arreglado y unas facciones que
dejan ver delgadez.
- Disculpe mi descortesía, ¿Le importaría que me siente
aquí? No me gusta leer a oscuras y esta mesa no suele estar ocupada.
Tras ello puso y abrió encima de la mesa un libro que traía
consigo.
- Pero puede continuar espiando a nuestros vecinos, no creo
que vaya a encontrar nada de valor en las conversaciones cotidianas que le
rodean.
- Si lo que uno busca es la abstracción y desligarse de su
realidad les coge cierto aprecio.
- Debe ser duro el frente - dijo mirando mi supuesta lesión
mientras sacaba un cigarrillo.
Suspiré, sacando un poco de tabaco que me restaba. Y mirando
a sus ojos le respondí.
- Un brazo maltrecho no le hace una imagen cercana de lo
duro que puede llegar a ser.
Al sacar mis cerillas y ver lo complicado que se hacía el
encender un cigarrillo con un brazo menos, me ofreció su encendedor.
- Erika.
- Heinz, encantado. Y gracias por el fuego.
- Hay que ayudar a nuestros soldados, ¿No?
Ahora me hizo sonreír ella a mí.
- No le he visto por estos lugares anteriormente, ni por el
ayuntamiento, ni la cafetería ¿Se encuentra de paso?
- Algo así, venía a visitar a un familiar aprovechando un
pequeño permiso. - sentencié - ¿Usted reside aquí? - pregunté en busca de
continuar con esta conversación.
- Trabajo, soy secretaria en las oficinas del ayuntamiento.
Múnich es mi lugar de origen.
- Conozco bien esa ciudad, estudié ahí algunos años.
Tras ello comenzó una larga conversación sobre la ciudad,
lugares, estudios y otras anécdotas particulares. Por lo que me comentaba
parecía tener cerca de 20 años, ha recorrido varias localidades cercanas
gracias a su mecanografía. Un intercambio de palabras que aunque a ojos ajenos
parecerían un diálogo entre dos amigos que llevan tiempo sin verse, pero que
entre ambos sabíamos que buscábamos lo mismo, no pensar en lo que nos rodea y
continuar luchando a nuestra manera.