-Buenas tardes, su pase por favor.
-Aquí tiene soldado.
-Gracias, continúe.
Este diálogo todos los días y a todas horas. Una vida
monótona y simple. Hubo un tiempo en el que sonreía, en el que la vida me
parecía un regalo diario al que dar infinitas gratitudes. ¿Ahora? una vasto y
yermo sentimiento ha tomado el lugar de tal recuerdo. Sólo me he convertido en
un soldado que no sabe muy bien como ha llegado hasta aquí y que hace de juez
de quién vive y quién no.
Suspiro cada vez que recuerdo esos días... Ella, sólo ella
lo sabe. Su nombre es el título de una canción romántica que ya no se
reproducirá más.
-Heinz, ¡Estúpido!
-¡Si no te gusta que te haga sonreír dímelo!
-Te amo, idiota...
Y continuando con profundos besos pasábamos nuestros días...
El roce de sus labios es algo indescriptible, su piel tan
blanca y delicada la hacen una escultura cincelada por ángeles. A veces no creo
en mi suerte por haber tenido tales placeres al sentirla.
-¡Soldado! Aquí tiene
-Oh, disculpe... Puede continuar.
Me abstraigo de todo al pensarla. Esas tardes en la que
desnudos nos volvíamos uno, esas noches que comiendo chocolate mirábamos el
cielo estrellado y competíamos por ver quién amaba más... Y el mismo destino
que nos unió, nos separó.
¡Parece mentira que tras 2 años la siga teniendo en mi
memoria! Ahora estará en algún sitio estudiando tanto como hacíamos antaño.
¿Habrá entrado a la carrera que tanto perseguía? ¿Se habrá vuelto a enamorar?
-Pase por favor.
-Aquí tiene.
-Discúlpeme un momento.
Heinz se acerca a su superior.
-Teniente, otro.
-Estos bolcheviques... ¿Creen de verdad que van a engañar al
Reich? Envíalo donde ya sabes.
-Sí señor.
Heinz, regresa al conductor.
-Disculpe, pero...
-Por favor, mis hijos quieren vivir. ¡Déjenos pasar soldado,
Se lo ruego!
-Pero caballero, eso yo no...
-¡Ya estoy harto de vosotros, comunistas llorones! - Gritó
el teniente acercándose al tembloroso y viejo padre de familia - si no
traicionaseis al Reich no os pasaría nada, pero os lo buscáis.
El teniente abrió la puerta del automóvil y tirando de la
camisa del anciano lo tiró al barro.
-¡Come el barro, escoria! ¡Pelotón, llevad a esta infame
familia con los demás traidores y apartad este viejo trasto del camino!
La familia fue llevada entre llantos e implorando a la
humanidad de los que iban a ser sus verdugos detrás del barracón. Pronto una
ráfaga de fusil acalló su pena.
Pensaréis como puedo pensar en amores con tragedias como
estas ocurriendo a todas horas. La respuesta no la sé ni yo. Solo sé que
intento sobrevivir en este mar de injusticias. Me alisté mucho antes ese loco
tomara el poder y pusiera todo patas arriba. Mi madre con su sueldo de
profesora en nuestro pueblo no daba para mucho, y mi padre la exprimía siempre
que podía jugándose el pan de mis hermanos en apuestas y deudas. La muerte de
mi padre, aunque esté mal decirlo, fue una bendición para nuestra familia.
Madre tenía que multiplicarse para pagar mis estudios en la universidad y dar
de comer a 3 hijos.
No me enorgullezco de mi trabajo, es lo que más pude haber
odiado en este mundo, pero tengo miedo a morir. Muchos de mis compañeros
odiaron mi suerte cuando me asignaron este escuadrón de control de carreteras,
ahora todos han muerto en combate, en combates que nosotros los jóvenes
derramamos la sangre por las ambiciones de viejos que comen en vajillas de
plata.
Críticas a parte continuaré con lo que fui.
Pasaron muchos días tras el contado incidente, pero todo
igual de sistemático y de cruel. Cada mañana despertar es un suplicio, el frio
y el trabajo de juez no son lo mío. Sin embargo cada sábado lo teníamos libre y
con ello un rato de esparcimiento. Cada uno lo gastaba a su manera, bien
descansando o emborrachándose como hacían la mayoría. Yo al ser un pobre pueblerino
que no tenía donde caerse muerto, no era menos.
Nos acercábamos a una tasca de un pueblo cercano, eran malos
tiempos y la bebida no abundaba, pero en tiempos de crisis la imaginación
rebosa, y con el alcohol no iba a ser menos. Se fermentaba de cualquier cosa
posible, destilaban combustible si hacía falta, cualquier cosa era buena para
no caer en la dura realidad.
La taberna en sí no era gran cosa, una cerveza por aquí y un
café para aquellos más conservadores, o al menos decían que era café. La vida parecía
igual de simple en estos lares.
Pasó el tiempo y en un abril extraño, que el calor aprieta,
más que nada por la costumbre al frío la gente estaba de buen humor. Mi
teniente, sí aquel cruel ente, se acercó a mi zona de trabajo o mi criba de
personas y extrañamente me cambió la vida con una buena nueva.
- ¡Soldado!
- ¿Herr teniente? ¿En qué puedo ayudarle?
- Esta vez nada, Heinz. El Reich, y más en concreto yo,
agradecemos tu fidelidad y te damos esta semana para volver a tu pueblo.
- ¿De verdad? ¡Muchas gracias Herr Teniente!
- Con que poco os contentáis los campesinos, anda ve y
disfruta.
El día siguió su curso, pero esta vez sin fatídicos
incidentes que mermasen mi alegría.
Como no sabía muy bien qué hacer, me levanté de manera
habitual y tras el primer pitillo de la mañana se me acercó un vehículo el cual
tras pitarme, entré. Me acercó a la estación de tren y siguiendo el estereotipo
alemán, sistemáticamente entré a la primera locomotora en dirección Münich.
Nada más llegar a mi parada y bajar, solté mis maletas y
respiré muy hondo. No supe muy bien por qué, son de esos impulsos que haces y
luego te sientes bien, pero pronto sabría que sería mi última sonrisa del día. Corrí
cuanto pude para llegar a casa... más nunca supe que este fuera el comienzo de
mi desdicha.
Cuando llegué al centro del pueblo el buen humor parecía un
fantasma que nunca fuera a volver, sentía frío contrariamente a lo que el sol
otorgaba y poco a poco fuí contagiándome de tal pesar. A cada paso que daba
caras llenas de hambre y dolor aparecían por las ventanas y más de una mirada
de odio se cruzó con la mía.
Nuestra pobre casa se encontraba en las afueras, al norte,
tras cruzar toda la villa. Con un escalofrío constante que me vaticinaba una
mala noticia caminaba sin pensar.
- ¿Por qué? - Pensaba - Debería sonreír y estar eufórico de
cada metro que avanzo, pero no sé a qué viene tanta tristeza.
Llegué a mi destino, y la pobre casa que se caracterizaba
por el buen humor de mi familia que ante cada adversidad se levantaba, era solo
un recuerdo. Solo vi unas ruinas, deshabitadas, y mi dolor fue inimaginable
ante tal horror. Petrificado me arrodillé ante la tétrica postal y con unas
ganas de llorar enormes mi cabeza se posó en el frío suelo.